Tres días habían pasado ya. Tres putos días y el mundo seguia girando como si nada. La jodida realidad había decidido seguir adelante sin ella. Él no había podido hacer otro tanto.
En tres días no había salido de casa, apenas había comido, no había dormido en absoluto y la ducha había sido una extraña. En definitiva, estaba hecho un adefesio y esa fue la imagen que el espejo le transmitió
Lo primero que dijo en voz alta en tres días fue: "No, ni de coña me voy yo de aquí con esta facha"
Y, la verdad sea dicha, se aseó a conciencia: ducha, recortado de barba y cabello, elegante traje gris oscuro, chaleco de fantasía verde botella con corbata a juego, gemelos, reloj de bolsillo. Nunca en su vida se había vestido así, había sido un regalo de ella para cuando dieran el paso que ya jamás darían así que decidió que iba a ser su atuendo en este otro paso relevante.
Luego estaba el modo de despedida. Tras mucho pensarlo decidió hacer una denuncia de la estupidez humana con su último acto, así que se acercó a la ferreteria más cercana y se hizo con una escalera de mano, de las que usan los pintores, de tijera le dijo el dependiente que se llamaban y se encaminó al viaducto.
En el pasado había vivido en la inmediaciones, pero ahora había más de dos horas de paseo hasta allí, paseo que decidió dar. Siempre había adorado Madrid y ahora se daba cuenta que no la había recorrido bastante de modo que, como último tributo a su ciudad, echó a andar con la escalera al hombro. Ahí es donde la cosa se comenzó a torcer. (Continuará)
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