18.8.07


Después de mucho tiempo, volvía a estar solo. La sensación era extraña, variable. A ratos, sentía la euforia del preso liberado, del naufrago rescatado de su isla; en otras ocasiones, vértigo ante el abismo de los comienzos. Y aún había una tercera clase de momentos. Momentos dominados por el vacío, por la desidia, por la desgana, por el tedio. En esos momentos pasaban cosas por su cabeza que nunca nadie jamás pensaría que alguien como él pudiera llegar a plantearse. (“Lo dejo. Me retiro. Dimito. Entrego los trastos. ¡Que paren el puto mundo, que yo me apeo!”) Esas tres clases de estados de ánimo se sucedían sin que pudiera encontrar una explicación a la secuencia que seguían. Nada de lo que hiciera le hacia salir de esa espiral llena de altibajos en que se había convertido su vida en el último mes.
De cara al exterior supo mantener la careta de amplia sonrisa satisfecha que había cubierto su rostro la última década. Pero esa máscara empezaba a deteriorarse, a perder color, a desconcharse la pintura, a resquebrajarse la escayola. Él se daba cuenta de ello y no hacía nada por remendar su disfraz. Por una vez quería estar triste y que se notara, no tener nada que esconder, no tener que agradar a nadie con su característica afabilidad. Se había dejado llevar por lo que sentía en cada momento esperando sentirse triste durante una temporada pero, en vez de eso, se había subido en una montaña rusa emocional que no dejaba de subir y bajar y no llevaba a ningún lado.
No sabia donde iba a llegar. No sabía si el cambio iba a ser para mejor. No sabía si estaba preparado para afrontar una nueva etapa. Solo sabía una cosa: como siempre el cambio se había visto venir y el no había hecho nada para evitarlo o prepararse para lo que pudiera llegar. La jodida historia de su vida.

17.8.07

LA PARADA DE LOS FRIKIS (Y III, por fin)
Casi sin darse cuenta estaba en el suelo, con Marta arrodillada a su lado. Remigio se acercó a ellos:
-Me estoy impacientando. Sé que estabas negociando la compra del “Enano Verde”, así que no me cantes milongas no vaya a ser que me enfade. Cuando veas aGuille otra vez le vas a decir que te echas atrás. Que no tienes la pasta o algo así. Porque, si no lo haces así, mandaré a mis muchachos a por ti y te van a hacer mucha pupa. ¿Has entendido?- La respuesta no fue oída porque alguien se adelantó a Miguel. Una tranquila voz sonó a las espaldas del grupo:
- No será necesario que hagas eso. Ya no se lo voy a vender. He cambiado de opinión.- Guille entró andando tranquilamente en la plaza, aún disfrazado de elfo. No tardo ni diez segundos en ser rodeado- Has ganado Remi. Te lo venderé a ti. No quiero que le hagas daño a nadie por mi culpa. Ahora mismo… Acepto cheques.
Al gordo se le iluminó la cara al ver a Guille entrar en la plaza con un sobre pequeño, del tamaño de un naipe, en la mano.

-¿Qué me impide quitártelo ahora mismo?- dijo señalando a sus secuaces, con voz de malo de plicula de Jerry Bruckheimer- ¿Qué me impide no pagártelo?

- Pues que somos primos y que el abuelo se enteraría esta misma noche. Y ya sabes: un disgusto más y te deshereda.

Ante la mención de su abuelo, la sonrisa se borro de su cara y refunfuñando sacó una chequera del bolsillo interior de la gabardina, relleno con prisas uno de los talones. Bruscamente arrancó el cheque recién extendido y se lo pasó al elfo, este le dio el pequeño sobre. El gordo, con la frente perlada de sudor, lo abrió con gesto desconfiado y saco una pequeña cartulina con el dorso en rojo, la miró con intensidad durante un minuto y soltó otro chillidito, esta vez de satisfacción. A continuación hizo un gesto con la mano y se montó en el mercedes dorado, que arrancó bruscamente, derrapando en la gravilla de la plaza. El resto de la banda desapareció en silencio por los callejones de la urbanización en construcción. Ni siquiera se llevaron el bolso de Marta, que estaba tirado en la grava, cubierto de polvo. En treinta segundos se habían quedado solos, y durante un rato nadie dijo nada. Fue Guille el que rompió el silencio.

- Ya podéis salir- gritó- Ha funcionado.

De uno de los chalets salieron Jorge, el jedi, y el dueño de la cafetería, aun disfrazado de klingon. Parecían muy divertidos.

- La próxima vez te metes tu en estos berenjenales- dijo Guille- Casi me cago en los calzones, y son de seda natural.- Efectivamente, el elfo parecía haber perdido todo su aplomo. Estaba pálido y sudaba.
-Recuerda que tu solo te metiste es el lió.
- Yo solo le tomé un poco el pelo, y el muy idiota se lo creyó
- ¿Cómo que le tomasteis el pelo?- terció Marta- ¡Ese energúmeno casi nos mata y fue por vuestra culpa!- Se quedó con la boca abierta, el hermoso gesto distorsionado por la rabia y el miedo. Esperaba que Miguel hiciera algo, pero no lo que pasó a continuación.
- ¿El Enano Verde?- susurró como para sí. Luego gritó- ¡No puede ser que Remi sea tan tonto! ¡Es bobo pero no tanto!
- Lo es. Aquí el hijo de Feanor, en mitad de una borrachera descomunal, le dijo que tenía un “Enano Verde”, la carta definitiva, la carta con la que no se puede perder en el juego más friki-infecto que se haya inventado: El Reino.
- ¡Pero si no llegó a salir! Los probadores del juego la echaron atrás porque se pasaba tres pueblos. Nadie sabe cómo es esa carta.
- Yo si- dijo Guillermo- porque soy uno de los probadores. Le dije que había afanado una. Así que imagínate la emoción que sintio esa bola de sebo cuando se enteró de que yo tenía un “Enano Verde”. Empezó a presionarme para que se lo vendiera, pero claro, no había nada que vender salvo la fotocopia a color que pude hacerle. Mi contrato era muy estricto y me hubiera metido en un lió si extravío una de las cartas nuevas.
- Entonces la carta que le has dado hoy… ¿Es falsa?- Miguel no salía de su asombro.
- Igual de falsa que el cheque que le ha dado a Guillermo-dijo Carlos- De modo que estamos en paz. Aunque no creo que piensen así los amigos de tu primo cuando este descubra que le has timado, hoy esperaban cobrar. Lleva meses sin pagar la cuota y creo que esta noche su circulo de amistades se va a ver drásticamente disminuido.
-Pero… ¿como sabíais que iría detrás nuestra?- dijo Miguel. Aquello era lo que más le intrigaba.
- Pues porque tenemos a nuestro primo bajo vigilancia desde que contrató a esos bestias- dijo Carlos- Se ha desviado del camino de los verdaderos frikis, se guía más por el dinero que por la diversión. Necesita que alguien cuide de que no se haga daño ni haga daño a los demás. Aquí el camarada klingon es detective privado y cuida de ello con la discreccion requerida. En cuanto vio que os perseguían y que no lo podía evitar él solo, nos llamó. Decidimos que lo único que serviría para aplacar a ese memo era darle lo que estaba buscando.
Sin decir más salieron de la plaza. El coche de Carlos, un destartalado Seat Fura, estaba aparcado no muy lejos de allí. Acercaron primero a Marta a su casa. No había dicho nada en todo el viaje y salió a toda prisa, sin despedirse de nadie y dando un portazo que casi hace volcar el coche.
- Lamento tener que decirte esto, Miguel- dijo Carlos- pero el que tu novia sea un bombón no le da derecho a ser tan jodidamente maleducada, si se me permite la expresión.- Miguel no dijo nada, y eso le extrañó. Desde que salía con Marta se comportaba como un pero guardian cuando alguien osaba a decir algo de Marta que no fuera bonito.
A él también le dejaron en la puerta de su casa, no sin antes hacerle prometer que vendría a las jornadas de puertas abiertas de la asociación, una semana después. Ilusionado por la posibilidad de hacer algo que, por una vez, le divirtiera a él, decidió cumplir la promesa.
Y el resto es tal y como se podría esperar. Marta estuvo distante unos cuantos días, luego trató de que todo volviera a ser como antes, con ella a las riendas y Miguel con las orejeras puestas. Pero no pudo ser. Como un mes después del asalto, quedó con Miguel y empezó la conversación con un “tenemos que hablar” premonitorio. Le dijo que se sentía constreñida, que necesitaba espacio, que él en realidad no la quería. En definitiva, que dejándole no le hacia otra cosa que un favor. Esta conversación, dos meses atrás, le hubiera destrozado el corazón y lo hubiera dejado hecho un guiñapo. Pero las cosas habían cambiado. Era libre, le dolía que lo dejaran, claro está, pero sabia que no tenía porqué estar solo, que había gente que lo acogería y que no le importaría que su personaje favorito del El Señor de los Anillos fuera Tom Bombadil (aunque eso acarreara terribles discusiones, regadas con cerveza, que se alargarían hasta altas horas de la madrugada). Miguel había vuelto a la tribu y se sentía bien. Comenzó a asistir regularmente, ya como socio, a las reuniones de la Asociación de Rol y Estrategia “Masacre Ewok”. Los primeros dias iba vestido de paisano y, al poco tiempo, como se sentía fuera de lugar, desempolvó su traje de tweed corte Cuaderna del Sur y se compró unas orejas picudas nuevas.
Las primeras semasas tras la ruptura fueros difíciles para él, pero esa etapa se acabó cuando realizó una serie de importantes descubrimientos:
Primero, Marta ya no importaba tanto, ya no dominaba todos y cada uno de sus pensamientos. Una persona que te obliga a ser lo que no eres no puede quererte demasiado.
Otro importante hallazgo se refería a aquella extraña sensación estomacal que Marta le producía. Descubrió que no era amor. La pasión nada tenía que ver con aquello. Descubrió que las tripas se le encogían cuando Marta dominaba la escena, por otro estado de ánimo: el Tedio. Le producía un aburrimiento tan profundo y soporífero que hacía necesaria la ingestión de protectores estomacales para no producir una úlcera.
Y el tercer y definitivo descubrimiento resultó ser que no todo es lo que parece. Que debajo de una trabajada máscara de Uruk-hai y una pesada armadura de cuero, puede haber una señorita interesada en secuestrarlo, echárselo al hombro y llevarlo, a través de Rohan, hasta donde les llevasen sus claveteados zapatos de hierro. Y que ,con mucho gusto, él se dejaría.