30.10.12

Cornetazo VIII: El hombre más valiente del mundo

Cuando llegué, el hombre más valiente del mundo leía.

Sentado en su escritorio pasaba las páginas del enorme tomo lentamente. Se trataba de su libro favorito, una vieja y desvencijada edición de una novela de aventuras, que sostenía en su mano izquierda como si sostuviera un gorrión. Cada página parecía requerir de toda su atención, cada ilustración varios minutos. Parecía como si se estuviera despidiendo de cada una de ellas. Sólo días después, cuando ya todo hubo terminado, me di cuenta de que así era.

-Siéntese.- dijo cuando entré, sin levantar la vista del libro.-Llega usted tarde.
-Señor, yo sólo venía a...
-Usted sólo venía a clase, como cada mañana- me interrumpió, dejando el libro a un lado- Matemáticas. Lección quinta. Fundamentos de la trigonometría.- Y empezó a escribir en la pizarra.

Miré a mi alredeor. Nadie más había acudido esa mañana. Nadie vendría luego, a media jornada, a traer el exiguo almuerzo que el ayuntamiento costeaba a los alumnos y a su profesor. Todos sabían. Todos sabían y nadie quería entrometerse. Bueno, nadie excepto yo. El último de la clase, un cabeza dura como no había dos. Cualquier otro habría tirado la toalla, mis padres los primeros, pero él siguió insistiendo hasta dar algo de sentido al batiburrillo que siempre habia sido mi sesera. Pienso que lo hice porque se lo debía.

Sin saber qué hacer ni qué decir, obedecí. Supongo que por la costumbre. La lección avanzaba a buen ritmo, como todos los días. Tenía el don de hacer atractivas las materias más anodinas, debía ser la experiencia de años teniendo que introducir conocimientos en las molleras de tantos zoquetes como yo. Y a fe mía que lo hacía bien.

Tras la trigonometría pasamos a la lengua y la literatura, me hizo leer un pasaje del libro que tenía en sus manos cuando llegué y analizar sintácticamente un par de párrafos enteros. En la hora de historia tratamos de la caída de los regímenes absolutistas.

Terminamos con una redacción de doscientas palabras. La corrigió en el momento. Resoplando me dijo:

-Tiene usted que mejorar en la puntuación. Parece que hubiera cogido un puñado de comas y las hubiera esparcido por la hoja.  Y pelotón lleva tilde porque es aguda acabada en n.
-¿Entonces...?- balbucí.
-Entonces mañana le veré, señor Huertas, porque es martes y hay escuela.

(Dedicado a mi buen amigo Miguel y a todos con su misma vocación. No abandonéis. No nos abandonéis.)

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