(Relato corto presentado al certamen de Cuentos Cortos de Renfe 2011)
De mi casa a la oficina hay hora y media de trayecto, la mayor parte del cual paso en un tren de Cercanías. Tres horas de viaje al día, en el mejor de los casos, que aprovecho para leer, escuchar música, dormir, mirar a las musarañas y, desde hace un año, observarla.
Ella se sube una estación después de la mía y continúa viaje cuando yo me apeo. También vuelve en el mismo tren que yo. Como yo, es de costumbres fijas, siempre se sienta en el mismo asiento, frente a mí, de espaldas a la marcha, siempre pone su mochila en el mismo sitio, siempre lee, escucha música, duerme o mira a las musarañas en la misma posición.¿Habrá tomado por costumbre observarme a mí? No lo sé, me gustaria pensar que sí.
En este año hemos cruzado cuatro palabras diarias: “Buenos días” y “Buenas tardes” por la mañana al partir y por la tarde al volver, respectivamente. He calculado que han sido unos doscientos días, así que resultan ochocientas palabras. Creo que hay compañeros de trabajo, a los que veo ocho horas diarias, con los que he hablado menos en los seis años que llevo en la empresa. Esa idea me parece curiosa.
Hoy hemos roto con nuestras costumbres. Hoy ella se ha subido al vagón con una extraña expresión en el rostro y, al ver que era yo el único ocupante, ha empezado a llorar. Quiero pensar que, al igual que ella para mi, yo soy alguien que forma parte de su vida, aunque sea de una forma efímera y, por qué no decirlo, extraña, y que llorar delante de mí no la incomodaba. Me he levantado y le he tendido un pañuelo limpio. Me he sentado a su lado.
Hoy me he pasado de parada y he llegado tarde a la oficina. Hoy he perdido un pañuelo.
Mañana cambio de asiento. De espaldas a la marcha.
De mi casa a la oficina hay hora y media de trayecto, la mayor parte del cual paso en un tren de Cercanías. Tres horas de viaje al día, en el mejor de los casos, que aprovecho para leer, escuchar música, dormir, mirar a las musarañas y, desde hace un año, observarla.
Ella se sube una estación después de la mía y continúa viaje cuando yo me apeo. También vuelve en el mismo tren que yo. Como yo, es de costumbres fijas, siempre se sienta en el mismo asiento, frente a mí, de espaldas a la marcha, siempre pone su mochila en el mismo sitio, siempre lee, escucha música, duerme o mira a las musarañas en la misma posición.¿Habrá tomado por costumbre observarme a mí? No lo sé, me gustaria pensar que sí.
En este año hemos cruzado cuatro palabras diarias: “Buenos días” y “Buenas tardes” por la mañana al partir y por la tarde al volver, respectivamente. He calculado que han sido unos doscientos días, así que resultan ochocientas palabras. Creo que hay compañeros de trabajo, a los que veo ocho horas diarias, con los que he hablado menos en los seis años que llevo en la empresa. Esa idea me parece curiosa.
Hoy hemos roto con nuestras costumbres. Hoy ella se ha subido al vagón con una extraña expresión en el rostro y, al ver que era yo el único ocupante, ha empezado a llorar. Quiero pensar que, al igual que ella para mi, yo soy alguien que forma parte de su vida, aunque sea de una forma efímera y, por qué no decirlo, extraña, y que llorar delante de mí no la incomodaba. Me he levantado y le he tendido un pañuelo limpio. Me he sentado a su lado.
Hoy me he pasado de parada y he llegado tarde a la oficina. Hoy he perdido un pañuelo.
Mañana cambio de asiento. De espaldas a la marcha.