12.10.09

Lunes 12 de octubre de 2009

Esto que ahora empiezo no es un diario, porque la exigencia de escribir un diario es para mí demasiado grande.


Siempre he oído decir que se escribe mejor cuando no se es feliz. Si eso es así esta historia que ahora escribo debería resultar una verdadera maravilla porque, sí amigos, estoy a mil jodidas millas de ser feliz.

A un mes de cumplir los treinta, entre mis logros mas sonados se cuentan: El no aprobar, en prácticamente diez años de paso por la universidad, ni la mitad de las asignaturas de la carrera de Economía; el trabajar en muchos sitios, nunca más de unos meses cada vez, en los que los demás siempre están de paso, buscando algo mejor (y cuando me dieron una oportunidad no fui capaz de aprovecharla y encima le eché las culpas de mi fracaso a un pobre desgraciado, que por casualidad era mi jefe); el no ser capaz de mantener una relación sentimental adulta, de no querer esforzarme por hacer feliz a la otra persona, aunque ella siempre estuviera allí para aguantar mis problemas y, encima, tener la habilidad de quedar siempre como el abnegado en la relación; y por último no ser capaz, siquiera una vez, de esforzarme en sacar una oposición que está claramente por debajo de mi capacidad intelectual, pero a una distancia sideral por encima de mi capacidad de esfuerzo.

Como pueden ver la cosa no pinta nada bien en estos momentos, desmotivado, enfadado con el mundo porque me da miedo enfadarme conmigo mismo, aunque bien sé que no hay más responsable que yo, me dedico a dejar pasar día tras día en la misma dinámica, en la misma rutina de pérdida de tiempo, de molicie, de desidia. He pensado en escribir, pero tampoco tengo la voluntad de escribir siquiera cincuenta palabras al día. He pensado intentar dedicarme al teatro, en cualquiera de sus actividades relacionadas, ya que en eso gasté la mayor parte de mi tiempo en los días dorados de la universidad, pero me da miedo, más bien terror, lo duro que es poder ganarse la vida en ese mundo. He pensado irme al extranjero, pero tampoco me sale de los cojones ponerme a aprender un idioma nuevo o a buscar la forma de viajar y establecerme. Hasta he considerado dedicarme a la cocina, pero es que la mera idea de pasarme ocho horas metido en una cocina me parece tan cansado. En definitiva, que antes de decidir qué demonios quiero hacer con mi vida, he de conseguir vencer la resistencia que yo mismo ejerzo contra cualquier tipo de esfuerzo continuado. Y ahí reside el problema, sé que cuando algo me entusiasma, me dedico a ello de manera obsesiva, pero ahora no hay nada que me entusiasme, ni siquiera que me atraiga o que despierte mi curiosidad. Estoy atorado, varado en la playa y ni siquiera tengo ganas de aletear para volver al mar. He de salir de aquí o no sé donde voy a ir a ir a parar, pero seguro que no va a ser a ningún lado bueno.