3.5.07

LA PARADA DE LOS FRIKIS (II)
Ese algo resultó ser un destartalado Mercedes de color dorado, que con un asmático acelerón, irrumpió en la plaza. De él bajo un tipo enorme que, a Miguel, le recordó vivamente a Horatius J. Reilly. Se trataba de un tipo casi tan alto como ancho, de cara redonda, con ojillos de cerdito y boca pequeña, cubierta por un tremendo bigotazo, en el que se veían restos de sus última y penúltima comida. Vestía con lo que parecían saldos de saldos y, para la ocasión, había elegido lo que parecía ser un viejo sombrero años 40, ajado y hecho un higo, a juego con la gabardina, probablemente gris, que colgaba de su brazo. Y lo más grave de todo es que a Miguel le sonaba de algo, pero el terror no le dejaba pasar de la sensación de dejà vu.
- Buenas noches- su voz, nasal y chillona, lo sobresaltó, definitivamente ese desagradable tono ya le había asqueado antes- No voy a andarme con rodeos: Os voy a contar una historia. Luego, voy a haceros un par de preguntas. Si me gusta la respuesta, os vais. Si no… bueno no creo que sea necesario explicaros lo que pasará, ¿verdad?
¡Joder! La situación comenzaba a parecerse a “El Halcón Maltés”: Un estrafalario malvado los asaltaba y le iba a interrogar sobre algo de lo que, casi con total seguridad, no tendría ni idea. La pregunta “¿Qué haría Sam Spade en similar situación?” no dejaba de pasearse por su cráneo. Durante unos frenéticos segundos, analizó fríamente todas las posibles repuestas. Si bien resultaban terriblemente interesantes, acababan con una larga y dolorosa estancia en el hospital, o peor aún, compartiendo destino con Jimy Hoffa, como parte de los cimientos de un chalet muy cuco situado a las afueras. De modo que, en lugar de actuar como el tipo duro que no era, decidió guardar silencio y escuchar. Decidió parecer sereno, y tranquilo. En definitiva, respirar unos minutos mas, con todas las costillas enteras por añadidura, no le iba a hacer daño a nadie.
- ¿Pero…, qué quiere este tío?- susurró Marta mientras se acurrucaba aún más a la espalda de Miguel.
- Ni puñetera idea, cariño. Ni puñetera idea.- El gordo siguió hablando:
- Te he visto charlando muy animadamente con dos personas con las que ardo en deseos de hacer negocios. Pero no son razonables, a pesar de que mis ofertas no pueden ser mejores. Eso me exaspera y me hace pensar. Y, pensando estaba yo, cuando te he visto en animada parla con esos dos, que no son precisamente las que uno esperaría encontrar en vuestro círculo de amistades. “¿Que pueden tener en común este pimpollo y esos dos inadaptados?” Cuanto más lo pensaba, más claro me resultaba que no podía ser otra cosa que lo que tienen en común todos los seres humanos: La codicia.
Soltó este discurso de malo de peli de James Bond sin respirar, como si tuviera doce años y estuviera representando un papel en la obra de teatro de la fiesta de fin de curso. No paraba de mirar a sus “hombres”, buscando su aprobación. Estos parecían estar divirtiéndose casi tanto con las presas recién capturadas como con su “Jefe”, lo cual hacia que la situación se volviera rara por momentos. Miguel eligió el momento en que algunos de ellos se reían para romper su silencio.
- Oye, llévate mi cartera y su bolso y déjanos ir, no creo que nada de los que haya podido hablar con los de Masacre Ewok pueda interesarte.- Trató de parecer firme y sereno, en plan “no tengo miedo pero sé que no puedo hacer nada para evitar que me desvalijen”.
El gordo resopló y soltó un chillidito, como de cochinillo enfurruñado. Ese desagradable gritito fue lo que hizo que Miguel reconociera al sujeto en cuestión. El reconocer a su captor como Remigio Estévez aumento los niveles de onirismo hasta cotas desmesuradas. No podía ser que, a pesar de ser el peor espécimen de friki que la madre Gea hubiera engendrado, se hubiera mezclado con una banda de asaltantes nocturnos. Conocía a Remigio por haber sido fundador de “El Ojo de Odin”, una asociación de pretenciosos amantes de la fantasía medieval, la ciencia ficción y los juegos de estrategia, que duró lo que un gamorreano en la cueva del Rancor, por la manía de Remigio de acaparar toda la atención y desprestigiar a todo aquel que pudiera hacerle sombra. Aquel despliegue de mala leche y cuchicheos llevo a la asociación a la ruina ya que, en vez de reunirse para jugar, organizar actividades, en definitiva... ¡HACER COSAS!, todos los socios acabaron formando grupitos para maquinar mezquinas alianzas y traiciones. Ellos pensaban que lo que hacían era conspirar, como si de la Corte del emperador Atreides en Dune se tratara. La realidad era que se habían convertido en un patio de escuela para niños grandes.
Miguel asistió, en calidad de invitado, a un par de reuniones, tras las cuales surgió el rumor de que iba detrás de la novia de uno de los socios (120 kilos de músculo dedicado a jugar al rugby) y decidió no volver a pisar un lugar con una atmósfera tan insana (sobre todo para sus piernas).

-¿Remigio?- dijo, cuando se repuso de la sorpresa- ¿Eres tú?- El otro, cuando se oyó llamar así, enrojeció. Llegado este punto, sus supuestos secuaces se desternillaban.
- Ya no me llamo así. Ahora soy Mr Disorder y te ordeno ahora mismo que me digas de qué habéis estado hablando Jorge, Guille y tú esta tarde.- la voz le temblaba, pero Miguel no sabría decir si era por ira o por miedo. A todo esto Marta no paraba de lloriquear a su espalda: “¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Esa gente rara no podía traer mas que mierda.” Se apretó aun más a Miguel, aterrorizada y sin dejar de llorar.
Al oír el nombre “Mr Disorder” Miguel tuvo que reprimir una carcajada. Cuando se sobrepuso, pudo responder:
- Mira Remi. He conocido esos dos esta misma tarde. La conversación versó sobre las habilidades guerreras de los Noldor en la Segunda Edad de la Tierra Media. No se que clase de negocios iba a poder llevar a cabo un domingo por la tarde en la cafetería de un cine. Te has colado, tío.

El tono de la respuesta quedó bastante lejos del que se considera apropiado para evitar que un grupo de cabrones te rompan las piernas, y así se lo hicieron saber a Miguel con un fuerte puñetazo en los riñones. La paliza parecía a punto de dar comienzo.

(Continuará)

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