El Rabino de janowo
Una vez salió el rabino de Janowo en tartana a la feria de Pantschowa, con intención de pernoctar en Mokri.
Esto es una cosa que a primera vista parece tan sencilla como coser y cantar. Pero en la realidad sucede que cuando hay feria en Pantschowa, allá van todos los judíos, y cada vez que allí van los judíos, pernoctan indefectiblemente todos en Mokri. Por eso, cuando el rabino llegó a este pueblo se encontró con que no había en la posada un palmo desocupado y no le quedó más remedio que resignarse a pasar la noche en su tartana dentro de un pajar.
Moisesillo Bandwurn, el cochero, metió el carruaje al abrigo del tejado, ató los caballos a la lanza con la cabeza vuelta hacia la tartana para que pudiesen tomar su pienso del pesebrillo delantero, dispuso lecho para el rabino dentro del carruaje y debajo de él para sí, y con esto había llegado la noche.
Luego que el rabino hubo rezado sus preces, dijo:
-- ¿Has rezado para que no nos roben los caballos, Moisesillo?
-- No, maestro.
-- Pues reza con fervor y..., además, cuida de atar bien el tiro.
Hizo el cochero lo que le habían mandado, y no bien hubo terminado volvió el rabino a la carga.
-- Moisesillo: si has rezado con verdadero fervor y no te has olvidado de atar los caballos que mejor supiste y, además, te mantienes en vela y ojo alerta, entonces, a pesar del peligro que consigo trae este desorden de las ferias, es posible que no nos roben los animales.
Descanse el maestro --contestó Moisesillo --, que yo no pegaré ojo ni dejaré de estar al tanto...
Llevose entonces el rabino ambas manos a la cabeza, murmuró unas últimas preces y, lentamente, subió a la tartana.
A esto de media noche despertó el rabino en su incómodo lecho sobresaltado por unos ladridos de perro, y llamó a Moisesillo:
-- ¿Qué queréis maestro?
-- ¿Dormías Moisesillo?
-- No, maestro.
-- ¿Qué haces entonces?
-- Estaba meditando, maestro.
-- ¿Y sobre qué meditabas Moisesillo?
-- Pues estaba pensando...., estaba pensando en... adónde irá a parar la cera cuando una vela se consume
-- Muy bien. Mientras se te ocurra pensar en cosas tan interesantes seguro estoy de que no te dormirás -- aprobó el rabino, curado del sobresalto y volviéndose del otro lado para dormir tranquilamente.
Una fría corriente de aire penetró por los resquicios de la mal ensamblada puerta del pajar y el rabino volvió a despertarse.
-- ¡Eh, Moisesillo! -- llamó.
-- ¿Qué quieres, maestro?
-- ¿Duermes, Moisesillo?
-- No, maestro.
-- ¿Qué haces entonces?
-- Meditando, maestro.
-- ¿Y en qué meditas?
-- Pienso..., pienso... en adónde va a parar la madera de las tablas que desaparece al par paso a los clavos.
-- No está mal. Mientras tengas buenas ocurrencias, ya se yo que no te dormirás -- dijo el rabino, volviéndose aliviado del otro costado
Empezaban a palidecer las estrellas cuando el canto del gallo despertó al rabino.
-- ¡Eh, Moisesillo! -- llamó.
-- ¿Qué deseáis, maestro?
-- ¿Dormías, Moisesillo?
-- No, maestro.
-- ¿Qué hacías entonces?
-- Meditaba, maestro.
-- ¿Y en qué piensas, Moisesillo?
-- Maestro...: si he decir la verdad, pienso..., pienso... en que las puertas están bien cerradas, en que aquí nada se ha movido y, sin embargo..., ¿a dónde han ido a parar los caballos?
CUENTOS DE Judíos. REB NACHMAN DE BRATZLAV.
30.1.07
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